lunes, 28 de enero de 2013

Desde el bordillo

Como hoy no he podido hacer la sesión práctica en la piscina, me he dedicado a observar a mis compañeros desde el bordillo. 
En primer lugar, a modo de calentamiento, han realizado seis largos libres. Cada uno debía de tener en mente cómo quería hacerlos y qué aspecto concreto de la técnica quería desarrollar, para que una vez dentro del agua no hubiese que estar pensando. 
A continuación, divididos en grupos de tres o cuatro personas, realizaron durante quince minutos virages de crol y braza. Después de los virages, hicieron una evaluación de los cuatro estilos por grupos. La evaluación consistía en que, repartidos en grupos de tres personas, cada persona debía recorrer cuatro medios largos a cada estilo (cuatro a crol, cuatro a braza, cuatro a espalda y cuatro a mariposa), mientras sus compañeros prestaban especial atención a la técnica y a su corrección. 
Por último, después de las explicaciones del profesor sobre el Torneo de Salvamento Acuático, mis compañeros se iniciaron remolcando a unos muñecos y sus propios compañeros evitando que se ahogasen. 


Foto: Consuelo Bascarán


sábado, 15 de diciembre de 2012

El valor de un gesto



¿Solo la victoria cuenta? ¿Estamos seguros?
En La soledad del corredor de fondo, la novela y la película, el protagonista, un chaval de un reformatorio, un fenómeno del campo a través, se deja ganar en un cross por el representante de un colegio pijo. Lo hace como gesto de rebeldía, de libertad, para fastidiar a su carcelero - entrenador - profesor. Una acción hermosa que, dicen los entendidos en atletismo, es puramente peliculera, imposible en la vida real, añaden, pues un atleta, uno bueno, nunca se dejaría ganar.
Quizás la vida real ya no es lo que era. O el cross. Pero no el valor, o la rebeldía. O la necesidad de los gestos valientes, hermosos, esperanzadores.

Hace un par de semanas, el 2 de diciembre, Iván Fernández Anaya, atleta vitoriano de 24 años, se negó a ganar el cross de Burlada, en Navarra. “No merecía ganarlo. Hice lo que tenía que hacer”, dice Fernández Anaya, quien, cuando iba segundo, bastante distanciado del primero, en la última recta de la carrera, observó cómo el seguro ganador, el keniano Abel Mutai (un muy buen atleta: medallista de bronce en los 3.000 metros obstáculos de los Juegos de Londres) se equivocaba de línea de meta y se paraba una decena de metros antes de la pancarta. Fernández Anaya le alcanzó con rapidez, pero en vez de aprovechar la situación para acelerar y ganar, se quedó a su espalda y con gestos y casi empujándole le llevó hasta la meta, dejándole pasar por delante. “Él era el justo vencedor. Me sacaba una distancia que ya no podía haber superado si no se equivoca. Desde que vi que se paraba sabía que no iba a pasarle”.
A Fernández Anaya, que estudia un módulo de FP pues no piensa que en el futuro se pueda vivir del atletismo, le entrena en Vitoria Martín Fiz. Lo hace en el mismo lugar, el Prado, en la misma senda física que no filosófica, en la que el famoso vitoriano sumó kilómetros y kilómetros para llegar a proclamarse campeón de Europa y del mundo de maratón. “Fue un gesto de honradez muy bueno”, dice Fiz. “Un gesto de los que ya no se hacen. Mejor dicho, un gesto de los que nunca se han hecho. Un gesto que yo mismo no habría tenido. Yo sí que me habría aprovechado para ganar”.
Cuenta Fiz que el detalle le honra a su pupilo. “El gesto le ha hecho ser mejor persona pero no mejor atleta. Ha desaprovechado una ocasión. Ganar te hace siempre más atleta. Se sale siempre a ganar. Hay que salir a ganar”, dice Fiz, quien recuerda cómo en el Mundial del 97 en Atenas él fue tirando todo el maratón y no pudo despegar a Abel Antón, quien en los últimos metros le atacó y le ganó con facilidad después de haberse aprovechado de su trabajo. “Y yo sabía que iba a pasar eso. Sabía que a menos que se le subiera un gemelo o le pasara un percance, Antón me ganaría. Pero la competición es así. No habría sido lógico que Antón me dejara ganar”.
Fernández Anaya se entrena en el Prado todos los días y cuando se lo permiten los estudios, unos tres días a la semana, en sesión doble. Los técnicos dicen que está a un paso de la élite española del cross, y ya figura entre los que mejor marca tienen en 5.000 metros. Dicen que no le falta nada para llegar al menos a la selección española para el Mundial de cross, que es su objetivo esta temporada, aunque, según su propio entrenador, le puede la presión. “En las grandes competiciones se atenaza”, dice Fiz. “Le falta saber superar la presión, que es lo que diferencia a los campeones. Si no, habría estado en el reciente Europeo”.
“En el cross de Burlada apenas había nada en juego, ni tampoco mucho dinero, aparte del poder decir que había ganado a un medallista olímpico”, dice Fernández Anaya. “Pero aunque me hubieran dicho que ganando tenía plaza en la selección española para el Europeo, tampoco lo habría hecho. Otra cosa, claro, sería si en juego hubieran estado una medalla en el Mundial o en el Europeo. Entonces, creo que sí, que me habría aprovechado para ganar… Pero también creo que ha dado más nombre haber hecho lo que hice que si hubiera ganado. Y eso es muy importante, porque hoy en día, tal como están las cosas en todos los ambientes, en el fútbol, en la sociedad, en la política, donde parece que todo vale, un gesto de honradez viene muy bien”.


martes, 13 de noviembre de 2012

Correr, ¿Por qué correr?

... ¿Qué siento al correr?  ¿Qué busco al correr? 
Preguntas  frecuentes que todos  los corredores solemos escuchar de  aquellos que nos  rodean y que  muestran curiosidad por como es posible  que algo “tan cansado” nos  llegue a gustar tanto. En mis primeros  años como runner las respuestas han ido variando en función del momento: “para sentirme mejor”,  “necesitaba  hacer deporte”,  “me libera del estrés”,…  decenas  de  respuestas diferentes  pero  todas con algo en  común: los beneficios  para mi  salud física  y emocional  que recogía tras terminar una sesión de running.
Correr te transmite mil sentimientos diferentes, mil estados diferentes: alegría, tristeza, euforia, agotamiento, dolor, placer, ilusión, desesperación… sensaciones en ocasiones opuestas entre sí, sensaciones que cambian a cada momento, sensaciones llevadas al extremo, para bien y para mal.
Pero con el paso del tiempo me he dado cuenta que si bien eran respuestas correctas no transmitían lo que realmente me gusta del running, el verdadero “Por qué” de todas esas horas de entreno “robadas” al sueño, al descanso y, lo más importante, a la familia. Si verdaderamente me gusta correr es para alcanzar, para encontrar lo que me gusta denominar “el Nirvana del Runner” o “en ocasiones me olvido de respirar”, si me gusta tanto correr es por alcanzar ese momento en el que no siento NADA.
Una sensación que no llega siempre, no tiene horario, no tiene ruta, no tiene sentido y que solo te das cuenta que lo has alcanzado cuando sales de él.  El nirvana del runner es lo más parecido a soñar despierto. Durante un entreno, normalmente en solitario, llega un instante que tu pulso se estabiliza, tu zancada encuentra el apoyo correcto y que tu cuerpo deja de percibir elementos externos como la música, la lluvia, el sol o el viento … el silencio se adueña de tu entorno, no escuchas ni tu respiración. Es un momento mágico que puede durar 2,3,4,60 minutos … en el que avanzas de forma natural, adaptado completamente al entorno que te rodea (sueles lograrlo en entrenos de montaña).
La vida es maravillosa cuando nos dejamos llevar por ella soltando todo lo oscuro, todo lo gris que nos empeñamos en echarnos encima cada día. El running tiene eso, nos permite llegar a un acuerdo con nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro entorno para disfrutar de la vida formando parte de ella hasta el punto de no recordar si durante ese tiempo hemos respirado.

Correr, ¿Por qué correr? ¿Qué siento al correr? Qué busco al correr?  NADA, es ahí donde soy feliz.



viernes, 19 de octubre de 2012

No pienso, luego juego

El fútbol empieza por los pies: se necesita una técnica, al menos aceptable, para aspirar a jugar en el primer nivel. Y continúa en la cabeza, porque como todo juego tiene unos códigos particulares, unas leyes propias que es preciso conocer y dominar para jugarlo correctamente.
Códigos y leyes que llamaremos conceptos para entendernos mejor. Hay conceptos de carácter individual y los hay también colectivos. Y están antes que los sistemas y las tácticas. Son independientes de todas las filosofías futbolísticas, ya que sirven para cualquiera de ellas. Por ejemplo, en el orden individual es sabido que si estoy de espaldas a la portería contraria debo jugar a un toque. 
Colectivamente también sabemos que debemos distraer por afuera para definir por el medio, mientras dejen las porterías en el sitio donde están. Son conceptos elementales, efectivamente, que podemos llamar de toda la vida, y que normalmente se incorporan espontáneamente en las primeras pachangas que uno juega en el barrio. 
A tal punto que no es exagerado decir que actualmente son muy pocos los jugadores que saber jugar al fútbol. Y hablo del máximo nivel mundial. Entre estos pocos permítanme destacar a Guardiola, que a pesar de su juventud da la impresión de saberlo todo.
Pero en general, juegan con lo que la naturaleza tuvo la gentileza de darles: algunos son hábiles, otros veloces, o le pegan bien a la pelota o dominan el juego aéreo. Sin embargo, una cosa muy diferente es saber jugar al fútbol.
Un ex jugador uruguayo afincado en Italia me decía hace unos años, hablando de este asunto, que la mayoría de los jugadores actuales "se pasan la pelota unos a otros, pero no sabes por qué". Y tenía razón.
Prueben ustedes a hablar de fútbol con un jugador de fútbol. No hay cosa más difícil. ¿Qué es lo que ha pasado? En mi opinión, el tacticismo les ha arrebatado el cerebro a los jugadores. Vino a decirles algo así como "no piensen, sólo obedezcan".
Aquellos entrenadores que dan mayor importancia a la pizarra que a Platini o Maradona prefieren ejecutantes disciplinados de sus tácticas más que talentos que no pueden controlar.
A los futbolistas, el tacticismo les ha arrebatado el protagonismo que les corresponde, y entonces no manejan conceptos (de toda la vida), computan órdenes precisas. "Usted haga tal cosa en tal circunstancia, y tal otra si la cosa varía". Son prolijos funcionarios de sistemas que en casi todos los casos les resultan totalmente indiferentes.
Lo cierto es que se acomodaron a la facilidad en no pensar. "Me lo dijo el entrenador y yo cumplo". Es que, junto con el protagonismo les quitaron algo peor: la alegría de jugar. Por esa razón, los partidos suelen ser monótonos, previsibles, faltos de imaginación. Decía Borges que el escritor que escribe lo que se propone no ha escrito nada. La obra debe trascender la propuesta, para ser buena. Para los entrenadores tacticistas (los hay defensivos y ofensivos), en cambio, el partido perfecto es el que ellos pensaron el sábado por la noche.
"Los buenos maestros", dice Paulo Freire, "son los que no enseñan nada a nadie. Los que sólo orientan, ayudan a descubrir y pensar". Si queremos recuperar el placer del juego habrá que devolverle al jugador el poder de decisión, el protagonismo y la pasión que le robaron y le pertenece. 
Habrá que volver a los conceptos de toda la vida. 
Ángel Cappa


... ¿y tú?... ¿"No piensas, luego juegas" o " juegas, luego piensas"?